De los salones de Harlem a los reflectores del mundo: voguing, Kiki y lucha LGBT+
En los pasillos clandestinos de Harlem, durante el Harlem Renaissance y hasta los años 60–80, surgieron los drag balls: espacios seguros donde las personas afro‑latinas queer encontraban comunidad, expresión y resistencia. Surgieron las Houses, familias elegidas con “madres” y “padres” que protegían a quienes eran rechazados por sus propios hogares. Fue en estos salones donde nació el voguing: una danza teatral, angular, que imita poses de moda y se convierte en narrativa visual de desafío social.
Los Kiki Balls, surgidos en la primera década del 2000, renovaron ese espíritu: liderados por y para jóvenes LGBT+ afro‑latinos, estos encuentros combinan competición, apoyo mutuo y activismo.
Aquí, los participantes no solo compiten en categorías de moda, cara o performance; también acceden a servicios esenciales de salud, vivienda y pruebas de VIH. Según Gia Marie Love: “Kiki… es un lugar para nosotros. Puede que no tengamos otro sitio.”
Durante los años 80, la crisis del sida golpeó duro a la comunidad LGBT+ de color. Íconos como Angie Xtravaganza (House Xtravaganza) fallecieron en 1993; su muerte destacó lo interconectado entre la sexualidad, la salud y la marginalización. En medio de esa desgracia, eventos como los Love Balls, dirigidos por Susanne Bartsch desde 1989, recaudaron fondos para combatir la enfermedad. Aquí, el voguing y las pasarelas se fusionaron con mensajes solidarios, marcando un momento histórico en la alianza entre moda y activismo.
El voguing trascendió del underground al mainstream. Madonna, con su icónica canción “Vogue” (1990), llevó este estilo bailarín a todo el planeta, aunque sin acreditar adecuadamente su origen en comunidades negras y latinas. Documentales como Paris Is Burning (1990) y Kiki (2016) inmortalizaron esa cultura, pero también generaron debates sobre apropiación cultural y la necesidad de visibilizar a sus creadores.
Muchas casas ofrecían cuidados informales frente a la drogadicción, un asunto real pero poco explorado en los medios. La subcultura del baile, con su adrenalina y noches intensas, convivía también con ambientes donde se consumían sustancias en búsqueda de escape y consuelo. Figuras como Twiggy Pucci Garçon han señalado la intersección entre salud sexual y consumo de drogas, al mismo tiempo que impulsan estrategias de prevención dentro de las comunidades.
Hoy, marcas de moda y cine buscan en el voguing una estética vibrante y vendible. Programas como RuPaul’s Drag Race o series como Pose celebran esta cultura, pero muchas veces sin reconocer su raíz ni retribuir a los verdaderos arquitectos de la escena. La perla del marketing es atractiva: una llama visual imbatible. El reto está en fomentar modelos de remuneración justa y crédito auténtico.
La evolución del voguing y los Kiki Balls representa una historia poderosa: de supervivencia, creatividad y orgullo queer en contextos de muerte, exclusión y mercantilización. Este legado no solo inspira hoy la moda o los anuncios, también refuerza la memoria colectiva de quienes construyeron una subcultura de amparo mutuo y resistencia. Si la cultura mainstream los rescata, es justo que la comunidad y las empresas se responsabilicen de nutrir esas raíces, evitar la apropiación y amplificar voces auténticas.